Hola,
A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería mucho menos si le faltara una gota».
Madre Teresa de Calcuta
A todos nos ha pasado alguna vez que sentimos que lo que hacemos no es suficiente, que por más que nos esforzamos no estamos más cerca de aquello que queremos para nosotros y nuestras vidas.
Por experiencia te diré que, la mayoría de las veces, no es cierto.
Cualquier paso que des te acercará a tu destino, aunque para ello debas distanciarte, el camino no es una línea recta.
No mires el reloj; haz lo que hace. Seguir caminando».
Sam Levenson
En la era en la que vivimos nos han enseñado a esperar resultados inmediatos y luego está nuestra propia naturaleza humana, ¿a qué me refiero?

La ley del mínimo esfuerzo.
Nuestro cerebro la sigue a rajatabla, obsesionado con optimizar los recursos y consumir la menor cantidad de energía posible.
No está mal optimizar nuestras acciones. Está bien dedicar esfuerzo y energía en aquello que realmente nos reporta beneficios.
No obstante, nuestro cerebro todavía tiene que evolucionar.
El ser humano ha desarrollado su conciencia durante los últimos miles de años y con ella nuestra cultura, esto ha hecho que evolucionemos más rápido de lo que lo ha hecho nuestro cuerpo físico.
Nuestro cerebro sigue optimizando los recursos basándose en las necesidades básicas para nuestra supervivencia, no para nuestro bienestar.
Existen muchos estudios sobre la ley del mínimo esfuerzo y el funcionamiento de la misma en nuestro cerebro.
Algunos muy interesantes como los de Michael Treadway de la Harvard Medical School (EE.UU) o Mercè Correa, directora del Laboratorio de Neurobiología de la Motivación de la Universidad Jaume I de Castellón.
Resumiendo, nuestra necesidad de resultados inmediatos con el menor esfuerzo posible unida a la frustración, que aparece cuando consideramos que realizamos un esfuerzo considerable para obtener resultados, pueden llegar a ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
Uno de estos estudios dice que la dopamina está íntimamente relacionada con la voluntad.

Es decir, tenemos mayor voluntad cuando lo que hacemos nos reporta placer.
Por eso es tan importante elegir aquello que nos haga felices, aquello con lo que realmente disfrutemos.
Pero no seamos ingenuos.
Toda vocación, todo propósito englobará aspectos con los que disfrutaremos muchísimo y algunos con los que no lo haremos tanto.
Por eso, para no decaer, para no rendirnos, es muy importante que desarrollemos la voluntad.
¿Cómo hacerlo?
Los investigadores que he mencionado están de acuerdo conmigo en que la mejor manera es entrenar la voluntad.
Del mismo modo en que no empezarías como escalador yendo al Himalaya, sino yendo a un rocódromo y realizando pequeños ejercicios, asumibles, que te permitan ir poco a poco, haremos lo mismo con cualquier otra cosa.
¿Tienes un proyecto o un objetivo en el que sientes que no avanzas?
Te reto a dedicarle 20 minutos al día durante un mes.
Quítaselos al tiempo que pasas en las redes sociales, viendo series o en la TV.
Cuéntame cómo te ha ido entonces.
Por hoy me despido.
«El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas».
William George Ward
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